Ayer estuve con una familia que se dedica a la cría de perros de dos razas diferentes. Me mostraron cómo trabajan, el empeño que ponen en hacer las cosas bien en cuanto a sanidad y el buen trato que tienen hacia los cachorros. Además, uno de los hijos se acaba de inscribir para estudiar la carrera de veterinaria, motivado por la labor de sus padres. Gracias a esta actividad han logrado sostener su hogar durante las últimas dos décadas, con esfuerzo y dedicación.
Fue por eso que recordé la nota que escribí hace un año para el Diario Castellanos de Rafaela y consideré oportuna compartirla acá con ustedes hoy. Un pensamiento políticamente incorrecto que no tengo dudas le llegará de forma diferente a cada uno que lo lea.
Dice así: afortunadamente en los últimos años ha ido creciendo la buena costumbre de adoptar perros y gatos. Algunos de esos animales penosamente llegaron a esa situación por abandono de sus dueños o tal vez simplemente por haber nacido en la calle. Como sea, siempre es un gesto de amor y grandeza brindarle una nueva casa a estos cuadrúpedos indefensos.
Sin embargo, como suele pasar con otros temas que veremos más adelante, esto trajo consigo la aparición de un sentimiento de superioridad moral que muchas veces eclipsa la gran labor de quienes trabajan con seriedad en refugios y grupos de cuidado animal.
Lamentablemente, en el último tiempo es común escuchar a algunas (no todas las) personas descalificar e incluso insultar a quienes compran una mascota en lugar de adoptarla. El fiel de la balanza se ha ido para cualquier lado, menos para el centro. Se ha dado lugar a una falsa dicotomía en la cual adoptar es lo único bueno y comprar es todo lo malo.
Hay personas que buscan que su mascota sea de cierta raza y eso no tiene nada de malo porque responde a la libertad individual que tenemos los seres humanos. Los motivos pueden ser cuestiones de previsibilidad en el comportamiento, expectativas de crecimiento, o simplemente preferencias de índole estética. Para esto suelen recurrir a criadores especializados que en su gran mayoría hacen un trabajo profesional y responsable. Sin dudas es una labor diferente a quienes gestionan un refugio, pero no por eso con menos amor por los animales.
Como decía anteriormente, la misma situación de base se da en cuestiones como el ciclismo urbano (falsa superioridad moral por elegir la bicicleta) o el veganismo (lo mismo, pero con los vegetales). Conozco gente que pedalea a todos lados sin sentirse más que los demás, al igual que tengo relación cercana con personas que prefieren no consumir alimentos derivados de animales, pero con los que uno puede dialogar amablemente de cualquier cosa.
El problema se da en algunos casos excepcionales pero que tampoco son raros de encontrar. Estamos frente al riesgo de caer en un totalitarismo del pensamiento y del accionar social. Como vemos, esto ya se da no sólo en las cuestiones puramente políticas, sino también en algunas personales como las citadas. El casi comunismo perruno (o gatuno, para que no se me ofenda nadie), el fundamentalismo ciclista o el extremismo vegano, son sólo el reflejo de algo mucho más grande. Todo esto se da en un contexto social donde algunos grupos buscan imponer a la fuerza su visión del mundo, pasando por arriba de las libertades individuales.
Nuevamente, aquellos que adoptan mascotas merecen todo el reconocimiento y felicitación por tan noble acción, pero alguien tiene que decirles que no son moralmente superiores a los demás. Tal vez sí lo sean frente a quienes abandonan a sus mascotas en la calle… pero nunca frente a quien optó por llevar a su casa un compañero Labrador o Chihuahua para darle un hogar.
Por Tincho Lehmann (@tincholehmann)
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