Hace ya varios años existe una confusión muy extendida acerca de qué entendemos en Argentina por Estado laico. Una definición simple podría ser que es aquel que se caracteriza por la separación entre las instituciones gubernamentales y las instituciones religiosas. En un Estado laico el gobierno no favorece ni privilegia ninguna religión en particular, ni interfiere en los asuntos religiosos de los ciudadanos.
Si fuera un simple malentendido no habría tanto problema, pero esta situación viene siendo usada muchas veces para cuestionar la participación de algunas personas en el ámbito público. Un ejemplo muy reciente se dio esta semana en el programa de TV del conductor Luis Novaresio cuando él estaba entrevistando a la diputada nacional María Celeste Ponce. En el clip de video que acompaña este artículo se puede ver el momento en que Novaresio le pregunta qué significa "ser de derecha". Ponce responde dando tres características: "Dios, Patria y familia". Enseguida el periodista le reprocha que aquello de tener en cuenta a Dios en su función como diputada no correspondería en un Estado laico. Pero véanlo ustedes mismos:
El problema sobreviene cuando caemos en la falsedad de que los seres humanos deben ocultar sus creencias personales para poder trabajar en política, y me voy referir específicamente a aquellos que tienen un cargo como diputados o senadores. El solo hecho de que un funcionario admita abiertamente su credo no implica que esta persona buscará imponérselo a los demás. En caso de que así lo hiciera sí estaría yendo contra el concepto de Estado laico y podría ser una actitud reprochable.
Al contrario de lo que muchos quieren hacer creer, es sumamente sano que un funcionario sea transparente y abierto respecto a sus creencias personales. Una persona que tiene claras sus convicciones suele ser capaz de organizar una escala de valores que rige su accionar tanto en lo privado como en lo público. Esto además ayuda para que los ciudadanos sepan qué tipo de candidato están votando y qué podría llegar a esperarse de sus actos y decisiones.
En Argentina el Artículo 14 de la Constitución consagra la libertad de profesar el culto que cada uno elija y en ningún momento obliga a ser agnóstico para participar en política. De hecho es todo lo contrario. Se necesitan personas que tengan muy claras sus convicciones (religiosas o no) para poder desempeñarse como concejales, diputados o senadores. Ya todos sabemos lo desagradable que pueden resultar los políticos panqueques.
Aunque a muchos les cueste aceptarlo, la civilización occidental en la que vivimos tiene sus bases en la cultura judeocristiana. Más allá del Estado laico, los cimientos de la República Argentina se han construido sobre un sistema moral que por siglos fue guiado por la religión. Esto se ve muy fácil cuando nos damos cuenta de que todos sabemos y entendemos que matar está mal y que no hay que robar. ¿Estas creencias salieron de una planta? No. Ocurre que fueron forjadas por milenios a través de una cultura occidental que en su historia estuvo atravesada siempre por lo religioso.
Políticamente la sociedad argentina ha decidido tener un Estado laico, pero eso no implica que los individuos que componen sus organismos deban despojarse de toda convicción personal para integrar los mismos. No existe razón alguna para dejar a Dios en el perchero del Congreso. La libertad de culto mencionada en la Carta Magna justamente abre la puerta a que todos los ciudadanos puedan participar de las decisiones estatales trayendo sus convicciones al recinto sean cuales sean, sin que nadie tenga que obligar a otros a creer en lo mismo.
Por Martín Lehmann (@tincholehmann)
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