Cuánto hemos escuchado hablar durante esta pandemia acerca de grupos de riesgo y adultos mayores. Desde el Estado incluso, en abril de 2020, hubo en Buenos Aires un intento extremo de querer encerrarlos obligatoriamente para que no salieran ni a la esquina de sus casas, solamente por superar un límite de edad.
También muchos de ustedes recordarán el caso de Sarita, la señora que se instaló a tomar sol en una reposera frente a su casa en Palermo y fue inmediatamente abordada por personal de la Policía como si de una delincuente se tratase.
Todo esto se hizo con el pretexto de cuidarlos. Pero ¿alguien les preguntó a ellos qué querían hacer? Considerando que se trata del conjunto de ciudadanos con más experiencia de vida, resulta curioso que se les cercenaran de esa manera sus libertades constitucionales.
Cuidar no es solo evitar la muerte. Cuidar es ayudar a satisfacer las necesidades humanas del individuo, entre las que se encuentran la sociabilización, los afectos y el sentimiento de superación.
Esta actitud de soberbia e ignorancia de los funcionarios no me sorprende ya que desde hace muchos años -incluso antes de la pandemia- los diferentes Gobiernos vienen tratando a los mayores con un nivel de cinismo repudiable. Basta con ver cuánto gana un jubilado y cuánto un asesor de diputado para entender las prioridades estatales. Pasan las administraciones y todas continúan ensañándose con ese grupo etario.
Si hay algo que oí repetir a más de uno en estos últimos meses es que no es lo mismo un día de encierro a los 80 años que a los 20.
Sabiendo que un cambio de actitud estatal hacia ellos es casi improbable, quiero invitar a las familias a que sean ellas las que pregunten a sus mayores qué quieren hacer, qué riesgos están dispuestos a tomar y tener en cuenta sus deseos.
No caigamos en la torpeza de seguir ignorando los consejos de quienes conocen este camino de la vida mucho mejor que nosotros.
Si hay algo que oí repetir a más de uno en estos últimos meses es que no es lo mismo un día de encierro a los 80 años que a los 20.
Sabiendo que un cambio de actitud estatal hacia ellos es casi improbable, quiero invitar a las familias a que sean ellas las que pregunten a sus mayores qué quieren hacer, qué riesgos están dispuestos a tomar y tener en cuenta sus deseos.
No caigamos en la torpeza de seguir ignorando los consejos de quienes conocen este camino de la vida mucho mejor que nosotros.
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